“Han quedado atrás los tiempos en que un arquitecto creaba
su prestigio gracias a sus edificios, de la opinión de quienes los habitaban,
los habían construido o al menos podían visitarlos. Hoy el prestigio que
posibilita encargos públicos relevantes viene del mundo académico, de las
cátedras universitarias, de las conferencias y congresos internacionales, de
los libros y sobre todo de las revistas. ¿Y qué publican las revistas de
arquitectura? Fotos, bellas y sofisticadas imágenes desde los pocos pero
espectaculares puntos de vista que ofrece la obra, los que han concentrado la
mayor dedicación y empeño por parte del autor que, consciente de que su talento
se juzgará por estas reproducciones, ha sacrificado la riqueza del conjunto a
hacerlos posibles. Hasta los arquitectos más vacunados no somos inmunes a
tolerar, en un momento de debilidad, un defecto evidente en nuestro proyecto
escudándonos en que no es detectable en
fotografía. Es tal la falta de escrúpulos de nuestros colegas famosos a este
respecto que mortificarnos con excesivo rigor
acaba pareciéndonos ridículo.
Los arquitectos, conscientes de lo que nos jugamos con las
fotografías de nuestras obras, intentamos controlarlas de forma muy estricta.
Son muchos los arquitectos que prohíben la publicación de fotos no controladas
por su estudio y que preparan la obra como un set para la sesión de fotos.
El gran arquitecto suizo Bruno Reichlin me enseñó las fotografías de una
nave industrial que había conseguido terminar totalmente, limpiar y fotografiar
con delectación sin que el buenazo del fabricante iniciase el montaje de una
sola máquina que estaban seguros entorpecería la pureza del espacio. Pero esto
viene de antiguo pues en las fotografías del Pabellón Alemán en la Exposición
del 29 en Barcelona, que han inundado los libros de arquitectura moderna y que
fueron controladas estrictamente por Mies, no aparecen las puertas de acceso
que, aun siendo vidrieras, interrumpían algo la continuidad exterior-interior
tan soñada por el arquitecto. Así que, antes de que las montasen, organizó la
sesión fotográfica oficial y esta imagen tergiversada es la que ha pasado a la
historia, hasta el punto de que los arquitectos responsables de su reconstrucción
han tenido que echar mano de anónimas fotografías de prensa y de recuerdos
personales de los supervivientes para deducir cómo era en realidad.
Por la
misma deformación, Bernard Tschumi exige al fotógrafo que va a realizar un
reportaje sobre su parque de la Villette que no tome fotos a plomo pues su
arquitectura deconstructivista no acepta este tipo de visión.
(…) Los arquitectos y los fotógrafos somos conscientes en el
fondo de las limitaciones para explicar un edificio. Las fotos nos engañan con
la escala, no reproducen con propiedad los pequeños espacios interiores, no dan
idea de los recorridos. Una foto no te envuelve, ni puedes girar a su
alrededor. Una buena filmación puede paliar estas limitaciones visuales, pero
¿qué pasa con la acústica, con las temperaturas y los olores, con la textura
del material que tocamos?"
Oscar Tusquets Blanca. Más que discutible. Barcelona, Tusquets Editores, 2002, pp. 101-105
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