Un 25 de decembro de 1983 morría en Palma de Mallorca Joan Miró. Coma unha pequena homenaxe, e dedicado como cariño Luís Gómez, fiel seguidor deste blog, deixovos unha selección de vídeos.
Recuerdos del asesino del arte
Lluís Juncosa, médico y albacea del creador catalán, rememora su vida en anécdotas
CATALINA SERRA - Barcelona - 24/12/2008
Joan Miró dejó de respirar en las primeras horas de la tarde del día de Navidad de 1983, en Palma de Mallorca, hará mañana 25 años. Tenía 90 años, los mismos que ahora tiene el médico que firmó su certificado de defunción. Lluís Juncosa era, además, su cuñado y había vivido muy de cerca sus últimos años hasta el punto de que fue también su albacea testamentario. Desde su piso de Palma, con vistas a la bahía y a un pequeño y hermoso miró pintado sobre el trapo con el que limpiaba los pinceles, recuerda aquellos últimos tiempos en los que el artista, enfermo, estaba postrado en la cama. "Unos días antes de morir, como no podía hablar, pidió un papel y con letra temblorosa escribió: 'Pilar, t'estimo'. Yo lo vi. Siempre estuvo enamorado de mi hermana... Eso ya lo he dicho, ¿verdad?".
"Joan era muy metódico. Muy trabajador. No improvisaba nada"
"En el fondo siempre fue un burgués catalán", dice su doctor y cuñado
Juncosa ha decidido ahora desgranar sus vivencias por si contribuyen a ampliar el conocimiento de un artista que aprendió desde niño a respetar y de mayor a admirar, aunque sus recuerdos a veces confunden fechas, o historias contadas con otras vividas. Tenía 10 años cuando conoció a Miró, que entonces era un solterón de 35 años que había pintado ya algunas de sus obras más conocidas (como La masía, Tierra labrada o Carnaval de Arlequín) y hacía sólo un año que había lanzado su famosa frase: "Quiero asesinar la pintura". Es la época de Miró, en fin, a la que el Moma de Nueva York dedica ahora, hasta el 12 de enero, la exposición de sus "pinturas y anti-pinturas", un momento fundamental no sólo en la obra del pintor sino en toda una manera de entender el arte moderno.
"Joan empezó a venir a Mallorca en 1928 porque su madre, que era familia nuestra, le mandó porque había tenido una crisis sentimental con una chica de Barcelona que también se llamaba Pilar y que era muy dominanta", explica. "Rompió cuando él le dijo que al casarse tendrían que vivir con su madre y ella se negó. Estaba loco por su madre, y con su padre estaba de punta... Deprimido, se fue a Holanda [origen de sus interiores holandeses] y su madre, que se carteaba con la mía, le preparó el viaje porque quería para su hijo una mujer como mi Pilar, no como la otra. Se gustaron y a los tres meses se casaron".
Alérgico al "cretinismo" de los intelectuales, Joan Miró (Barcelona, 1893) contó a su amigo Sebastià Gasch que su futura mujer era "la mujer más hermosa y más dulce del mundo y sin mácula de intelectualidad". "Mi hermana había estudiado en las monjas y era una mujer típica de la burguesía mallorquina. Salió escamado de la relación con la otra, que era marisabidilla, y pasó de un extremo al otro", explica Juncosa.
Algunos biógrafos le atribuyen aventuras con alguna bailarina, pero, por lo que se sabe, Miró, al contrario que su amigo Picasso, fue un hombre en general fiel y tradicional. De hecho, en París ya era famoso por su elegancia de dandy -se hacía los trajes a medida, casi siempre en la misma sastrería de Reus-, su meticulosidad y su aspecto convencional. "En el fondo siempre fue un burgués catalán al que le gustaba comer bien y beber buen vino", recuerda Juncosa. En cierta manera, los biógrafos coinciden en que en Miró había dos personas. Una era el creador radical y visionario capaz de lanzar el arte y la pintura varias décadas por delante de su época. La otra era el hombre tradicional que no sabía nada de los quehaceres de la vida cotidiana. Para esto estaba su mujer.
Tras la boda, la pareja volvió a París, pero a raíz de la ocupación nazi de Francia regresaron a España. "Viví con ellos en Barcelona tres años, entre 1942 y 1945, mientras estudiaba. Tenía un horario estricto. Se levantaba a las seis y subía al taller. Bajaba a las ocho para desayunar y ducharse y volvia a subir hasta las dos. Comía, descansaba un poco y a las cuatro volvía a subir hasta las ocho. Era muy metódico. Muy trabajador. No improvisaba nada. Necesitaba mucha concentración y pensar, todo el día estaba cavilando".
Hacia 1956, mientras su obra era conocida y respetada desde Tokio a Nueva York, los Miró deciden instalarse en Palma. "En Barcelona ya era muy conocido y los periodistas no le dejaban en paz", asegura Juncosa. El artista, afirma, empezaba a tenir problemas de salud y buscaba un cierto anónimato, la soledad de su estudio y evitar en lo que podía tanto las reuniones familiares como las sociales. "Sólo estaba para sus amigos más directos, los demás le molestaban". Pero en el taller de Son Abrines, que le construyó Josep Lluís Sert, seguía con el mismo espíritu combativo de siempre. "Hasta el último momento quiso trabajar, vivía para su arte".
Miró nombró a Juncosa albacea de sus bienes y a su muerte se encargó del reparto de los bienes -tres partes: una para la mujer, otra para la hija y la otra para los nietos-, del pago de los impuestos de sucesión ("Vino Javier Solana con un Phantom y dos especialistas que valoraron todas las obras de manera, creo, justa") y de poner en marcha la Fundación Pilar i Joan Miró de Palma, que el pintor había querido crear en sus últimos años. Recuerda que fueron tiempos tumultuosos en los que tuvo con bregar con galeristas y supuestos amigos que buscaban sacar tajada. "A los galeristas se los regalo todos. En mi opinión son unos ladrones, los de París al menos...", afirma mientras desgrana anécdotas de marchantes que, estando ya enfermo, le hacían firmar grabados en la cama o le decían que se llevaban 21 dibujos cuando habían cogido 23.
"Él era generoso y nada pesetero, por eso pagó la construcción de la fundación de Barcelona y donó mucha obra, y por eso quiso que sus estudios de Palma fueran el germen de una fundación nada museística, que atendiera a la cultura viva". Aquella ilusión del artista, dice, se ha cumplido a medias. "No ha funcionado como la imaginaba por las rivalidades internas en la fundación, los celos de la fundación barcelonesa y la absoluta falta de implicación familiar. Pero se ha hecho lo que se ha podido".
Lluís Juncosa, médico y albacea del creador catalán, rememora su vida en anécdotas
CATALINA SERRA - Barcelona - 24/12/2008
Joan Miró dejó de respirar en las primeras horas de la tarde del día de Navidad de 1983, en Palma de Mallorca, hará mañana 25 años. Tenía 90 años, los mismos que ahora tiene el médico que firmó su certificado de defunción. Lluís Juncosa era, además, su cuñado y había vivido muy de cerca sus últimos años hasta el punto de que fue también su albacea testamentario. Desde su piso de Palma, con vistas a la bahía y a un pequeño y hermoso miró pintado sobre el trapo con el que limpiaba los pinceles, recuerda aquellos últimos tiempos en los que el artista, enfermo, estaba postrado en la cama. "Unos días antes de morir, como no podía hablar, pidió un papel y con letra temblorosa escribió: 'Pilar, t'estimo'. Yo lo vi. Siempre estuvo enamorado de mi hermana... Eso ya lo he dicho, ¿verdad?".
"Joan era muy metódico. Muy trabajador. No improvisaba nada"
"En el fondo siempre fue un burgués catalán", dice su doctor y cuñado
Juncosa ha decidido ahora desgranar sus vivencias por si contribuyen a ampliar el conocimiento de un artista que aprendió desde niño a respetar y de mayor a admirar, aunque sus recuerdos a veces confunden fechas, o historias contadas con otras vividas. Tenía 10 años cuando conoció a Miró, que entonces era un solterón de 35 años que había pintado ya algunas de sus obras más conocidas (como La masía, Tierra labrada o Carnaval de Arlequín) y hacía sólo un año que había lanzado su famosa frase: "Quiero asesinar la pintura". Es la época de Miró, en fin, a la que el Moma de Nueva York dedica ahora, hasta el 12 de enero, la exposición de sus "pinturas y anti-pinturas", un momento fundamental no sólo en la obra del pintor sino en toda una manera de entender el arte moderno.
"Joan empezó a venir a Mallorca en 1928 porque su madre, que era familia nuestra, le mandó porque había tenido una crisis sentimental con una chica de Barcelona que también se llamaba Pilar y que era muy dominanta", explica. "Rompió cuando él le dijo que al casarse tendrían que vivir con su madre y ella se negó. Estaba loco por su madre, y con su padre estaba de punta... Deprimido, se fue a Holanda [origen de sus interiores holandeses] y su madre, que se carteaba con la mía, le preparó el viaje porque quería para su hijo una mujer como mi Pilar, no como la otra. Se gustaron y a los tres meses se casaron".
Alérgico al "cretinismo" de los intelectuales, Joan Miró (Barcelona, 1893) contó a su amigo Sebastià Gasch que su futura mujer era "la mujer más hermosa y más dulce del mundo y sin mácula de intelectualidad". "Mi hermana había estudiado en las monjas y era una mujer típica de la burguesía mallorquina. Salió escamado de la relación con la otra, que era marisabidilla, y pasó de un extremo al otro", explica Juncosa.
Algunos biógrafos le atribuyen aventuras con alguna bailarina, pero, por lo que se sabe, Miró, al contrario que su amigo Picasso, fue un hombre en general fiel y tradicional. De hecho, en París ya era famoso por su elegancia de dandy -se hacía los trajes a medida, casi siempre en la misma sastrería de Reus-, su meticulosidad y su aspecto convencional. "En el fondo siempre fue un burgués catalán al que le gustaba comer bien y beber buen vino", recuerda Juncosa. En cierta manera, los biógrafos coinciden en que en Miró había dos personas. Una era el creador radical y visionario capaz de lanzar el arte y la pintura varias décadas por delante de su época. La otra era el hombre tradicional que no sabía nada de los quehaceres de la vida cotidiana. Para esto estaba su mujer.
Tras la boda, la pareja volvió a París, pero a raíz de la ocupación nazi de Francia regresaron a España. "Viví con ellos en Barcelona tres años, entre 1942 y 1945, mientras estudiaba. Tenía un horario estricto. Se levantaba a las seis y subía al taller. Bajaba a las ocho para desayunar y ducharse y volvia a subir hasta las dos. Comía, descansaba un poco y a las cuatro volvía a subir hasta las ocho. Era muy metódico. Muy trabajador. No improvisaba nada. Necesitaba mucha concentración y pensar, todo el día estaba cavilando".
Hacia 1956, mientras su obra era conocida y respetada desde Tokio a Nueva York, los Miró deciden instalarse en Palma. "En Barcelona ya era muy conocido y los periodistas no le dejaban en paz", asegura Juncosa. El artista, afirma, empezaba a tenir problemas de salud y buscaba un cierto anónimato, la soledad de su estudio y evitar en lo que podía tanto las reuniones familiares como las sociales. "Sólo estaba para sus amigos más directos, los demás le molestaban". Pero en el taller de Son Abrines, que le construyó Josep Lluís Sert, seguía con el mismo espíritu combativo de siempre. "Hasta el último momento quiso trabajar, vivía para su arte".
Miró nombró a Juncosa albacea de sus bienes y a su muerte se encargó del reparto de los bienes -tres partes: una para la mujer, otra para la hija y la otra para los nietos-, del pago de los impuestos de sucesión ("Vino Javier Solana con un Phantom y dos especialistas que valoraron todas las obras de manera, creo, justa") y de poner en marcha la Fundación Pilar i Joan Miró de Palma, que el pintor había querido crear en sus últimos años. Recuerda que fueron tiempos tumultuosos en los que tuvo con bregar con galeristas y supuestos amigos que buscaban sacar tajada. "A los galeristas se los regalo todos. En mi opinión son unos ladrones, los de París al menos...", afirma mientras desgrana anécdotas de marchantes que, estando ya enfermo, le hacían firmar grabados en la cama o le decían que se llevaban 21 dibujos cuando habían cogido 23.
"Él era generoso y nada pesetero, por eso pagó la construcción de la fundación de Barcelona y donó mucha obra, y por eso quiso que sus estudios de Palma fueran el germen de una fundación nada museística, que atendiera a la cultura viva". Aquella ilusión del artista, dice, se ha cumplido a medias. "No ha funcionado como la imaginaba por las rivalidades internas en la fundación, los celos de la fundación barcelonesa y la absoluta falta de implicación familiar. Pero se ha hecho lo que se ha podido".
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