12/2/09

Exposición: La sombra

El Thyssen se sumerge en las sombras

La pinacoteca dedica la apuesta de su temporada al uso de la penumbra en el arte

MARCOS GIRALT TORRENTE 09/02/2009

En una época en la que los ánimos de todo el mundo se han vuelto por lo general sombríos, parece particularmente oportuno recrearse en la sombra, descubrir los modos en los que ésta ha sido representada, visitando la exposición que con el título de La sombra se inaugura hoy en el Museo Thyssen de Madrid.

En su breve ensayo acerca de la sombra en la pintura, el gran historiador E. H. Gombrich señala la poca fortuna que la sombra proyectada ha tenido en la historia del arte. Entre los pintores, incluso entre los más eminentes, han sido minoría los que la han tenido en cuenta. Las razones son variopintas, si bien quienes saben de ello aducen dos fundamentales: por un lado, las religioso-metafísicas, que, desde el neoplatonismo, la identificaban con el mundo de las apariencias (la caverna platónica) y hacían de ella, por tanto, un motivo escasamente atractivo en una iconografía imbuida de teología cristiana, y, por otro, las de índole técnica, debidas a la renuencia de los pintores a enturbiar sus composiciones con un elemento tan ubicuo y distorsionador.

La sombra se deja ver marginalmente en el Renacimiento, estrechamente relacionada con el interés por la perspectiva; aunque anecdótica, pues es la luz la que ostenta el protagonismo, tiene una novedosa vida en el Barroco, sobre todo con los seguidores de Caravaggio, que conciben sus obras para refulgir en la oscuridad iluminada por las velas; y reaparece, asociada ya a lo tenebroso y siniestro, en el Romanticismo; pero no es hasta el siglo XX cuando atrae por sí misma la atención de un número considerable de artistas. En realidad, antes del pasado siglo prácticamente sólo aparecía como motivo central en las representaciones del mito del nacimiento de la pintura que, siguiendo a Plinio el Viejo y a Quintiliano, lo situaban en los primeros intentos de delinear el contorno de la sombra de un hombre, así como en las contadas recreaciones del episodio de la vida de san Pedro en el que éste sana a unos enfermos imponiéndoles su sombra.

El extraño desinterés de la mayoría de los pintores antiguos por la sombra fue paralelo al abandono de su estudio por la historiografía del arte. Curiosamente, los tres libros que hoy se manejan como clásicos acerca del tema se publicaron hace poco más de veinte años: el ya mencionado de Gombrich, y los de M. Baxadall y Victor I. Stoichita.

Stoichita es el comisario de la muestra del Thyssen, y resulta inevitable relacionar la suya con la que sobre el mismo tema se celebró en 1995 en la National Gallery de Londres, con la que por cierto guarda coincidencias, como esa maravillosa pieza del taller de Rembrandt titulada Hombre sentado leyendo en la mesa de una habitación noble, en la que la sombra de una vidriera invade en diagonal todo el espacio superior del cuadro. A diferencia de aquélla, en la que se exponían apenas medio centenar de obras, todas de gran categoría, en esta de Madrid, que reúne 144 entre pinturas y fotografías, parece haberse privilegiado el hilo cronológico y la tangencialidad de la mirada. Por eso, y porque tal vez no todos los préstamos han sido posibles, reúne obras de disparejo interés junto a ausencias notables como las de Velázquez, Tiziano o Vermeer, algunas de las cuales sí han sido reseñadas en el catálogo.





La muestra se abre, a modo de prólogo, con algunas alegorías del nacimiento de la pintura, entre las que destacan un lienzo de Matías de Arteaga hasta hace no mucho atribuido a Murillo, y prosigue desde el Renacimiento hasta nuestros días a través de ocho capítulos que siempre ofrecen ocasión para una parada. Qué deliciosa ingenuidad, por ejemplo, la tabla titulada La huida de Egipto, de Giovanni di Paolo, en la que casi todos los elementos ostentan su sombra correspondiente, pero no así las figuras sagradas que aparecen en el primer plano. O la teatralidad chinesca de las alargadas sombras de la Negación de san Pedro, de Jean Lecrerc. O Corral de locos, de Goya, en el que, a la sombra de un patio cerrado, un grupo de dementes se desgañita bajo un cielo impasible a su suerte. O Autorretrato junto al caballete, de Félix Nussbaum, en el que su escuálida sombra y los frascos de veneno de la paleta reflejan los miedos que sobre él se abatían mientras se refugiaba de los nazis en Ámsterdam. O Bailarín bajo el cielo, de Max Ernst, en el que la sombra de una figura se escapa, por el marco, de la superficie plana del cuadro.

En su clarividente ensayo Elogio de la sombra, el escritor japonés Tanizaki dice que mientras que la cultura oriental se recrea en la sombra, en Occidente hemos tratado de huir de ella. Quizá su aparición en la pintura no haya sido posible hasta que, merced a la técnica, los interiores estuvieron uniformemente iluminados. No vayamos a hacer ahora como el desgraciado Peter Schlemihl de la fábula de Chamisso, que vendió la suya por una bolsa de oro y nunca recobró la paz.

Texto e fotos vía El País.

4 comentarios:

clariana dijo...

¡Hola Antonio!
He pasado por aquí para agradecerte los comentarios que has dejado en mi blog, he puesto algo más de Brueghel.
Disculpa que ahora no te comento el post, pues estoy en un locutorio, es tarde y tengo que volver a casa. Mañana con más tiempo lo leeré y te daré mi opinión. Estoy un poco anticuada, pues aún no me compré el ordenador.
Saludos.

Fet dijo...

Extraña fascinación, la que puede provocar una sombra.

clariana dijo...

Es muy interesante este artículo sobre la sombra en la pintura y por supuesto que la exposición que se realiza en Madrid de la Thyssen debe ser una maravilla.
Yo recuerdo algunos cuadros que utilizan la forma como elemento simbólico, el expresionista Munch, y éstos que se indican en el texto, en que aparecen velas.Saludos.

Antonio Martínez dijo...

Tendremos que verla, si señor.